De coches averiados, castillos medievales y olas rielantes

Al día siguiente nos levantamos con la tranquilidad. El objetivo era sencillo: desayunar fuera, ir a ver el castillo, ir a Vlorë y terminar allí el día. Con ese plan en mente, salimos del piso y decidimos ir a una de las cafeterías que había cruzando la calle. Elegimos una que se llamaba cafetería Milán, porque deducimos que los guiños al heptacampeón de champions italiano sería sinónimo de buen café.

En esto no erramos, pues el café era cristológico. Sin embargo, el sitio no ofrecía absolutamente nada de comer así que, con el cuerpo cargado de cafeína pero con más hambre que el perro un ciego, fuimos al supermercado de al lado a comprar algo que echarnos al estómago.

En estas llegamos al piso y, mientras terminábamos de recoger, el casero apareció con una señora de la limpieza.

El man no hablaba nada de inglés, pero sí hablaba un perfecto italiano de Calabria, así que se comunicó con el José, quien le preguntó si podíamos dejar las mochilas en el piso mientras íbamos a ver el castillo, así como recomendaciones de qué ver y cómo ir hasta la fortaleza que dominaba Berat desde la Antigüedad tardía.

Al final decidimos que la mejor opción era cargar todo en el coche, ir en coche (ya que estaba a menos de 10 minutos), y de ahí salir a Vlorë. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos montamos todos en el coche, el José accionó la llave, y este no arrancaba.

Tras varios intentos dedujimos que la situación no iba a cambiar. Como pensábamos que era una cuestión de la batería, el José fue corriendo a hablar con el casero a ver si nos podía hacer un puente. El casero muy amablemente se acercó y, tras probar él mismo a arrancar, nos confirmó que no era un problema de la batería sino probablemente del sistema eléctrico.

El hombre llamó al de la empresa de coches, explicándole en albano todo lo que había sucedido, y de inmediato nos envió una grúa para sustituir el coche. 

El casero, que era altruismo y bondad en estado puro, se ofreció a llevarnos al castillo. No pareció importarle que fuéramos 5 manes (más conductor) en un coche y tampoco parecía importarle que a la policía no le pareciera tan divertido.

Nos reímos mucho mientras subíamos al castillo y el tío nos explicaba que la palabra curva, en italiano curva, significa puta en albanés y, al llegar, nos dijo que si necesitábamos que nos recogiera para bajar le llamáramos sin problema.

Nos despedimos de él deshaciéndonos en faleminderis y nos adentramos en el castillo


Invertimos buena parte de la mañana en deambular por las calles de la ciudadela de Berat, pues no solo contaba con estructuras defensivas sino que había un pueblo entero, hoy ya semiabandonado, en el interior de sus muros.



Y bajamos del castillo andando.


Volvimos a la zona del apartamento a comer algo y a esperar allí a que llegara el coche de sustitución, que venía desde Tirana.


A eso de las 15 llegó el man de la grúa, quien avisó a Jose por teléfono, y fui con él a echar una mano para hacer el trasvase de maletas.


El coche era del mismo modelo, un Wolkswagen Tiwan automático, pero algo más antiguo. Nos lo cambió y además nos dio 80 euros para rellenar el tanque, y tras despedirnos del mecánico volvimos al restaurante a terminar con el postre.

Una delicia albana con cabello de ángel y nata

Ya, por fin, pudimos salir rumbo a Vlorë bajo las eminentes habilidades conductoras de Pedro, mejoradas aún más si cabe por la condición de vehículo automático.

En Vlorë llegamos al piso con relativa facilidad, aunque José y Pedro fueron a cambiar el coche porque inicialmente lo habíamos dejado en un descampado en el que parecían reunirse mafias locales y que sugería en grafitis albanos el no aparcar.


Y finalmente lo dejaron en una avenida en cuyo carril derecho había decenas de coches aparcados (esto será importante para la entrada de mañana).

Mientras tanto Sergio, Jon y yo fuimos subiendo las cosas al maravilloso dúplex que habíamos alquilado, con dos terrazas y vistas al mar, por el irrisorio precio de 60 euros la noche.


Tras descansar unos minutillos, fuimos a la zona del puerto a preguntar por precios para hacer la excursión en barco.

De camino vimos un perrete sospechosamente parecido al ya difunto Rayo

Luego nos pasamos por un supermercado a comprar algunas viandas para cocinar,y fue cuando descubrimos los excesivos precios de los supermercados albaneses (aunque no sería hasta días después cuando comprenderíamos el por qué).

Volvimos al piso e hicimos una cena de huevos rotos del copón.


Y subimos la mesa de la terraza de abajo a la de arriba para cenar con vistas al mar.


Sergio y Jon bajaron a dormir y Pedro se metió en la habitación para hacer lo mismo pero, antes de seguirle, el José y yo echamos un par de Unites tumbados en dos hamacas bajo el cielo estrellado, mientras la Luna, serena y majestuosa, derramaba su trémulo reflejo sobre las olas del Adriático, pintando sobre él un lienzo de sueños y suspiros, donde el tiempo parecía detenerse y el universo se desdibujaba en un abrazo de calma y eternidad.

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Gracias al doctor José Carlos por escribir esta entrada con la prosa aguada y taimada que le acompaña allá donde va

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