De retroexcavadoras submarinas y camareras desorganizadas

Repetimos el horario de ayer y esta vez Jose tuvo aún más suerte que el día anterior, aparcando literalmente en la puerta del sitio.

Cuando llegamos conocimos a José Antonio, un cuadragenario de Huelva un poco cuñadillo pero buena gente (o eso pensábamos).

Tras las presentaciones, y muchísimo menos perdidos que ayer, preparamos las botellas y nos pusimos el equipo.

Fuimos a la misma playita, nos pusimos el chaleco, nos captamos unos a otros y pasamos la mañana haciendo ejercicios.

En la primera inmersión practicamos el ponernos el chaleco y el lastre en superficie y bajo el agua, y cuando se nos acabó el aire subimos para hacer una paradilla.

Como ayer, el Joao se sacó unos cafeses y nosotros unos anacardos para compartir entre todos, aunque José Antonio pensó que eran para él solo y empezó a meter la mano en el paquete como una retroexcavadora y a echárselos a la boca como si fuese un hipopótamo.

Volvimos al agua con menos lastre que nuestro amigo onubense y dedicamos la segunda inmersión a hacer ejercicios de flotabilidad, hinchar una boya con el octopus y a hacer una ascensión controlada de emergencia.

Salimos del agua, desmontamos el equipo, lo cargamos en la furgo y volvimos al centro de buceo.

Esta vez, a recomendación de Yvan y Joao, comimos en el Bikini, un bar que había al lado y en el que estuvimos de 10.

También era el cumple de Sergio y aprovechamos para grabarle una felicitación, aunque termina de manera abrupta.


Volvimos a Málaga y pasamos la poca tarde que nos quedaba duchándonos, echando unos Unites y brindando con unos chupitos a los que nos invitó Jose de mastiha, un licor griego que hacen con la resina del árbol homónimo que solo crece en la isla de Chios.

También reservamos el coche para el inminente viaje a Croacia con ayuda de Jose, que ya es perro viejo en el oscuro mundo del alquiler de vehículos extranjeros.

En Málaga era la noche en blanco, pero no nos enteramos a tiempo y no pudimos reservar nada interesante. En su lugar fuimos al Gottan del centro, y de camino paramos a comprar unos cinnamon roll de postre.

El ojo de Félix no es así en realidad

Aunque siempre hemos tenido experiencias excelsas, nos tocó una jambita de prácticas y casi todo llegó mal; o tarde, estaba a medias o directamente faltaban cosas. En el caso de Jose, todo lo anterior y además totalmente congelado, tardaron un montón en recalentárselo y acabó cenando a las 3 de la noche.

Desde luego estropeó la experiencia, pero por suerte teníamos los cinnamon rolls y fuimos a comerlos a una plaza en la que nos encontramos un grupo a capella cantando. Por desgracia, el único afinado era el pianista y no cantaba.

Dimos una vuelta por el centro esquivando a los RRPP que nos ofrecían copas al grito de "no puedo, mañana buceo" y pasamos por la calle Larios para pillar el bus que nos llevaría a Huelin.

De camino al piso empezamos a fantasear con la teórica despedida de soltero de Jose y de lo gracioso que sería vestirnos de romanos, a lo que nos empezó a asignar papeles en la antigua sociedad romana.

Jose sería el imperator, Félix y Pedro miembros de su guardia pretoriana, Carlos el esclavista, Diego un artista y tras otro par de papeles no tan obvios llegamos al piso.

No tardamos mucho en acostarnos, totalmente muertos de sueño y repitiendo la alineación de camas de ayer.

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