De tentativas de asesinato y buceadores oficiales

Aunque la alarma volvió a sonar a las 7, yo me quedé dormido y me desperté media hora después para desayunar a mesa puesta.

Recogimos lo que nos quedaba con prisas para dejar el piso del Jose impoluto y fletamos dos coches para ir a Almuñecar, pudiendo así volver nosotros directamente a Almagro y Jose a Málaga de vuelta.

Llegamos al centro como si fuéramos amigos de toda la vida y nos pusimos a montar el equipo como si lleváramos 14 años haciéndolo a diario.

En la primera inmersión repasamos algunos de los ejercicios que ya habíamos hecho y dimos una vuelta submarina y, cuando salimos, repetimos el almuerzo de los días anteriores. 

Esperábamos que el Jose Antonio por lo menos se hubiera echado en la mochila una bolsita de papa deltas para compartir, pero solo se trajo su repertorio de chistes rancios y barras homófobas, así que tuvimos cuidado de no dejar la bolsa de frutos secos sola y de echar a cada uno lo que se merecía.

Al Joao le llenamos las manos de pistachos hasta que le rebosaron por los lados

Los chavales de la derecha eran buceadores ya certificados que también tenían inmersión ese día

También vieron que Pedro y yo gastábamos más aire que el resto y que terminábamos las inmersiones rondando los 50 bares, así que nos cambiaron las botellas de 12 litros por unas de 15, ya que para la segunda inmersión íbamos a descender hasta 18 metros, aumentando nuestro consumo de aire aún más.

Esta segunda inmersión era la que llevábamos esperando desde el viernes. Nos trataron como a buzos certificados; el Joao simplemente nos hizo un briefing del recorrido que terminaríamos a 18 metros, la profundidad máxima a la que nos permite bucear nuestro certificado, sin recordarnos cosas que ya sabíamos.

Preparamos el equipo, nos captamos, fuimos al agua y empezamos la inmersión, sabiendo que entrábamos al agua como niños y que saldríamos como hombres.

Seguimos al Joao, que se orientaba por el fondo marino como un sherpa subacuático con ayuda de su brújula, mientras nos cruzábamos con toda clase de fauna y flora del litoral granadino. 

Vimos un pulpo, una medusilla, un pez freddy y un pez rubio, aunque desgraciadamente no nos encontramos con una cría de pez globo que había llegado arrastrada por corrientes submarinas desde las Canarias.

A mitad de la inmersión vimos un coral con una babosilla policromática y nos turnamos uno por uno para acercarnos a verla.

Yo fui el último en acercarme y, aunque no es recomendable mover las manos, una corriente submarina me acercó peligrosamente al coral. Braceé para evitar chocarme contra mi amiga submarina con la mala suerte de darle al regulador de Félix, a quien se lo quité de la boca, dejándole sin aire.

Con los ojos desorbitados, y pensando que había condenado a mi amigo a la muerte, fui corriendo a coger mi octopus para dárselo. Pero él, con toda la tranquilidad del mundo, cogió su regulador flotando, se lo llevó lentamente a la boca, comprobó que estaba bien y siguió respirando como si nada, dejando mi tentativa de asesinato en un incidente menor.

Seguimos descendiendo poco a poco, viendo como nuestro ordenador de buceo se iba acercando a la tan ansiada cifra de 18 metros.

De repente vimos como Joao se adelantaba hasta un claro entre los corales y se ponía de rodillas, indicándonos que le imitáramos haciendo un círculo. Controlamos nuestra flotabilidad de manera precisa para hacerlo, posándonos en el fondo marino como gráciles lenguados.

Nos hizo un gesto para que miráramos nuestros relojes, que marcaban 17.8m, y lentamente posó su mano en el fondo marino. Al levantarla vimos la marca de 18m y le imitamos uno por uno mientras nos daba un apretón de manos submarino, declarándonos oficiosamente buceadores en un momento casi mágico.

Nos pusimos a bailar en el fondo marino levantando una cantidad de polvo innecesaria y comenzamos nuestra subida hasta la superficie, haciendo obviamente una parada de seguridad para expulsar el exceso de nitrógeno que tuviéramos en el cuerpo.

Pero cuando subimos a la superficie nos encontramos con Joao, con la cara absolutamente seria, haciéndonos señas para que nos acercáramos.

Pensando que habíamos metido la pata en algún momento nos acercamos preocupados, pero de repente nos empezó a echar agua y al grito de "enhorabuena buceadores!!!!". El resto de buzos que nos rodeaban le imitaron y salimos del agua tan contentos que apenas notábamos los casi 30 kg del lastre y el equipo autónomo que cargábamos.

Desmontamos el equipo, subimos a la furgo y pasamos el camino de vuelta hablando con el Joao de los pros y contras de ser instructor de buceo.

Llegamos, desmontamos el equipo, nos cambiamos y pagamos y fuimos a pillar sitio a La cabaña mientras llegaban Yvan y Joao.

Comimos de tapeo mientras los instructores nos contaban su trayectoria en el buceo, cómo Yvan había hecho un all in para montar el centro de buceo que al final había salido bien y cómo se conocieron aleatoriamente.

Como aún nos quedaba un camino largo hasta casa, nos despedimos un poco antes de las 6 y volvimos a nuestros respectivos coches para iniciar el trayecto de vuelta.

Durante el viaje estuvimos grabando los audios de estos días para apoyar la escritura de las entradas, y a mitad de camino nos llegó un correo de PADI informándonos que ya éramos oficialmente buceadores.


Llegamos a Almagro a las 9 y algo y entre que recogí las cosas, hablé con mis padres y cené me dió la hora de recuperar todo el sueño de estos días.

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