De parajes empíreos, murallas de piedra y lavanderías concurridas

Nos levantamos en Omis y después de desayunar con unas vistas increíbles al Adriático nos pusimos a recoger las cosas.



Dejamos el piso y pusimos dirección a Bácina.

Google Maps nos la lió, nos metimos por una salida antes de nuestro destino y acabamos en una especie de poblado cíngaro con apenas un puñado de casas pero un par de ojos mirándonos con cara de pocos amigos desde cada una.

Al final una mujer salió a preguntarnos, le explicamos la situación y nos indicó en un inglés medio inventado cómo seguir hasta nuestro destino.

Volvimos y esta vez sí llegamos al increíble paraje natural que nos esperaba en Bácina.

Es como las lagunas de Ruidera de Ruidera

Félix y Pedro se bajaron 3 karlovachkos cada uno, Diego se pidió un par de cafés y yo opté por una de las fanta croata en botella sugerente que llevábamos viendo todo el viaje sin saber muy bien qué era.


 Y seguimos nuestro viaje hasta Ston.

Aparcamos fuera de la muralla de Ston y dimos una vuelta para ver el pueblito.




El pueblo estaba en la falda de una montaña y la parte superior de la muralla tenía un mirador. Pensábamos en ir a verla, pero la subida oficial nos iba a costar más de 40 pavos en total, así que optamos por la subida oficiosa.


Las escaleras reventadas y super empinadas que subimos no llegaban hasta el mirador, que teníamos justo encima, pero nos valieron.

Lo contabilizamos como cardio

Y las vistas eran prácticamente iguales.


Y tras un par de minutos volvimos a iniciar la bajada. Yo iba delante y, poco antes de llegar hasta a bajo, a Pedro se le ocurrió terminar lo que quedaba corriendo. Pero no contó con la pendiente, y para cuando se quiso dar cuenta había alcanzado la velocidad de un guepardo persiguiendo una gacela, pero delante de él solo le esperaban los duros adoquines croatas. Por suerte yo ya había llegado al suelo y pude pararle cuando pasó a mi lado, salvándole así la vida.

Después de este pequeño incidente buscamos un par para comer. Nos sentamos en el que más nota tenía en Maps y, aunque tardaron más de la cuenta en servirnos, las cantidades eran copiosas y todo estaba muy bueno.


Dimos otra vuelta por el pueblo para volver al coche y de camino nos encontramos una señal hacia Broce y le pasamos una foto a nuestro amigo almagreño (aunque no obtuvimos la respuesta que esperábamos).


Y seguimos nuestro viaje hasta Dubrovnik, pasando por un puente increíble desde el que no tuvimos ángulo para hacer foto. Fuimos escuchando temazos de los 2010 y encontramos la canción del viaje, Push it to the limit, dándolo todo contra el pobre techo del coche.

Llegamos a Dubrovnik sin problema pero lo pasamos regular hasta encontrar el aparcamiento, y tuvimos que hacer parkour con el coche para meterlo hasta el parking.


Después de subir al AirBnB y dejar las cosas y, acuciados por la falta de ropa limpia que sufríamos, metimos la ropa que no daba para más en una maleta y buscamos una lavandería para lavarla.


Estuvimos cerca de una hora allí y nos entretuvimos firmando un cuaderno de visitas que tenían allí.


Volvimos juntos a dejar la maleta al piso y volvimos a bajar para ir al casco antiguo, aunque Pedro finalmente se quedó porque se encontraba regularcillo de la tripa (y porque ya lo había visto en su anterior visita a Croacia).

Fui con los Moreno y después de un paseo de 20 minutillos entramos Dubrovnik por el que habíamos venido, y dimos una vuelta muy larga por la ciudad.









Aunque pensamos en cenar por ahí era fiesta nacional en Croacia y la mayor parte de los comercios ya habían cerrado a las 10 y algo así que volvimos a casa.

En el camino de vuelta se notaba el cansancio que llevábamos encima tras llevar una semana dando vueltas por un país y durmiendo menos de lo que deberíamos.

Nos duchamos y a las 11 y poco nos estábamos yendo a dormir aunque, para asegurarme de que no me despertaba más temprano de lo que debería, al llegar estuve tapando todas las entradas de luz a la habitación.

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