De fugitivos internacionales, mermeladas melosas y castillos fotogénicos

Nos levantamos en nuestro AirBnB aledaño a Bosnia y desayunamos mientras terminábamos de recoger las cosas.

Y volvimos a poner dirección al sur. Íbamos a Omis, pero hicimos una parada en Rastoke.


Y dimos una vuelta por el pueblo.



Aunque queríamos ver una zona como con brujitas de paja, descubrimos que costaba pasar una cantidad indecente de euros y en su lugar fuimos a tomar un café.


Luego fuimos a un mercadillo medieval que se parecía bastante al mercadillo de Almagro y a una iglesia medio derruida que parecía abandonada antes de volver al coche.

Volvimos a poner dirección a Omis pero a mitad de camino una furgo de policía nos dió el alto y paramos. Aunque Pedro temía que fueran lacayos del man de la empresa de renting y que nos fueran a multar por no estar él al volante, tenía más pinta de que estaban buscando a alguien.

Les enseñamos nuestros DNIs, los papeles del coche, comprobaron que todo estaba bien y nos dejaron continuar.

Y volvimos a parar, esta vez en un puestecillo en mitad de la carretera, en el que un man vendía quesos y mieles.


Nos dio a probar varias mieles, cada una de un sabor diferente, y cuando probé la de fresa dije "mmm esta parece mermelada".


El man, con el vocabulario justo para entender conceptos simples solo entendió mermelada y, como si hubiese mentado a su madre, entró en cólera mientras gritaba "mermelade no! no mermelada! honey, honey!".

Al final nos llevamos un paquete de varios quesos y un bote de miel de pino para cenar y seguimos nuestro viaje hasta, por fin Omis. Llegamos a la dirección que marcaba el AirBnb, una urbanización a las afueras, pero la numeración de las casas no seguía un patrón ordinal.

No tenía ningún sentido y era imposible predecir cuál sería el siguiente número o cómo encontrar nuestro piso. Pedro, como si le hubiese poseído el espíritu del mismísimo Gauss, se atrevió a sugerir que debía tratarse de un patrón logarítmico.

Finalmente llamamos a la jamba, que nos encontró de casualidad, y la seguimos con el coche hasta el piso, dejamos las cosas y volvimos al pueblo.


Fuimos a Bastión a comer y, confiados, pedimos lo que pensamos que era algo normal pero terminó siendo una cantidad absurda de comida.

Salimos rodando del bar y, obviamente, fuimos a por un postrecito en la pastelería de al lado.


Pedimos diferentes pastelitos, en mi caso uno de pistacho que estaba cristológico.



Y, ahora sí literalmente rodando, subimos hasta el castillo mirador.




Volvimos a bajar, dimos una vueltecilla y acabamos en unas tumbonas que había en el paseo marítimo.


Estuvimos un rato de chill y luego Pedro, Diego y Félix se fueron a buscar cangrejos mientras yo terminaba de digerir lo que me quedaba.


Volvieron y estuvimos debatiendo nuestro próximo movimiento.


Decidimos ir al super a comprar lo que nos quedaba de cena pero antes esperamos a que se fuese el sol para dar una última vuelta porque, como bien dice nuestro amigo Félix, las ciudades de noche se transforman. 



Fuimos al super que había al lado del Bastión y Félix, el políglota del grupo, tenía el capricho de saludar en el idioma local. Tras buscarlo empezó a repetir zdravo, zdravo, zdravo una y otra vez de manera incansable para que por pura memoria muscular fuera imposible errar al decirlo.

Conforme nos íbamos acercando a la puerta no dejaba de repetir zdravo, zdravo, zdravo como un mantra, pero al mirar a la cajera solo le salió un simpático "hola :)" como si estuviésemos pasando a Carmen a por unos regalices rojos.

Compramos un par de vinitos y unos panes y volvimos en coche al piso para cenar.


Los vinitos estaban más buenos de lo que habíamos previsto y subían bastante más rápido también, y cuando nos quisimos dar cuenta íbamos medio flying.

Estábamos bastante cansados, como venía siendo la norma en este viaje, así que nos pegamos una ducha por civismo y nos fuimos a dormir corriendo.



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