De catedrales burgalesas, pasillos infinitos y vinos ricos

Nos levantamos pronto porque teníamos la visita a la catedral a las 10.

Las vistas desde la ventana

Hicimos el checkout, dejamos las cosas en el coche y fuimos a desayunar a una churrería que había al lado. Terminamos de pagar literalmente a las 10:01, pero como estábamos al lado llegamos perfectos a la visita.

Pasamos previo pago de 8€ por cabeza y fuimos sala por sala con la app escuchando su historia.












Y salimos flipando sin terminar de creernos que algo así lo hubiese construido peña del 1200. Desde el blog recomendamos encarecidamente la visita a la catedral.



Luego fuimos a comprar unos recuerdos y a dar una vuelta.


Y comimos de tapeo en la Favorita antes de despedirnos de Burgos. Se supone que es la experiencia clásica burgalesa, ir a un bar de barra e ir metiendo codo poco a poco antes de poder comer, aunque soy un hombre clásico y prefiero sentarme y que el camarero venga a mi.


Y nos dimos una vuelta por el mercadillo navideño para comprar un cinamon roll insípido y una pastita de almendras insaboro.


Volvimos al coche y condujimos hasta León. Nos alojábamos en el hotel Abad San Antonio. Dejamos el coche en el parking subterráneo, hicimos el checkin y fuimos a nuestra habitación al fondo de un pasillo infinito.


Volvimos a atravesar los 2 km y medio de pasillo para salir y fuimos dando una vueltecilla hasta el centro de León.


Nos cruzamos con otro Macondo

La catedral

La plaza mayor

La plaza del grano


Nos habían recomendado el Ezequiel para comer en Burgos, pero buscando en maps vimos que había dos. Pasamos por delante del Ezequiel modernista, y como no tenía pinta de ser ese fuimos al otro, el Ezequiel a secas, pero estabas hasta arriba así que volvimos al otro y pasamos.

Estuvimos charlando con el dueño u resulta que son hermanos. Cada uno lleva un bar, y después de contándole nuestro problema nos recomendó ir al otro, pedir mesa y mientras nos la daban quedarnos en la barra y, literalmente, ser un poco cabroncetes y echarle cara para meter codo y pilar sitio.

Le hicimos caso y por un milagro del cielo encontramos hueco en la barra al instante gracias a dos viejecillas que se iban. Pedimos varias copas de Impresiones, un vino de la zona, que resultó que estaba muy rico, y mientras tanto nos hicimos colegas del mesero y nos guardó una mesa para cenar.

No tardamos mucho en sentarnos y pedir para cenar cecina de León con lascas de parmesano y aceite de oliva y unas croquetas caseras de queso y de jamón, una auténtica delicia. Y de postre una tarta de queso.



Resultó que el vino estaba tan rico que para cuando terminamos de cenar nos habíamos bajado otras 5 copas más, aunque se nos olvidaba continuamente el nombre del vino y le llamamos de todo; irreverente, imperial, impávido...

Puede ser que terminásemos un poco piruleta, y sin muchas ganas de pasear pedimos un taxi para volver al hotel y nos fuimos a dormir bastante rápido.

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