De tumbas saadíes, paramédicos cleptómanos y camellos amistosos

Nos levantamos a las 3.30 de la mañana para ir al aeropuerto mientras escuchábamos Madrid City de Ana Mena y La_Original_mp3. Aparcamos el coche en el parking más cercano y pasamos el control sin problema (excepto María, a la que pararon, dió positivo en el control de explosivos y/o drogas, y tuvieron que repetir el test hasta que dio negativo). 



Desayunamos unos sandwichitos de pavo, tomate y queso que había preparado María la noche anterior. 

Teníamos mucho sueño

Pasamos las dos horas del vuelo sin ningún altercado y llegamos a Marrakech.



Inmigración decidió que nuestras intenciones en el país eran buenas y nos sellaron el pasaporte.

María había reservado un transfer para que nos llevase hasta el centro de Marrakech pero el chico que nos recogió decidió seguir la cultura marroquí y no dirigirse (tan siquiera mirar) a María. El conductor machista nos dejó en el hotel Alí para cambiar unos cuantos jurdelillos a dirhams.



Dimos una vuelta mientras hacíamos tiempo hasta las 10.15 de la mañana que empezaba el free tour.


Esquivando manes que intentaban adivinar nuestro idioma para ofrecernos productos variados

Serpientes, monos y aves; nada escapa de los marroquíes

Ayoub, o Jacobo en castellano, fue nuestro guía. Nos explicó todo con mucha paciencia y tenía claro que todo dependía de la cultura donde uno se cría, y las diferencias entre nuestra cultura y la suya.

En primer lugar, nos llevó a la Kutubia y dimos un paseo por la parte real.





Seguimos con el paseo.



Y llegamos a las tumbas Saadíes, y por supuesto pasamos a verlas.





Es que quepo


Solo nos pudimos asomar por una puertecita pero eran preciosas


Luego pusimos rumbo al Palacio de la Bahía.





Los altavoces por los que llaman a rezar


Y el guía nos enseñó el palacio por dentro.











Por último, el guía nos llevó a un herbolario donde un man disfrazado con bata de médico nos dio una masterclass de cosmética, medicina tradicional marroquí y cocina.



Por supuesto, nos engañaron en todos los sentidos: acabamos comprando pintalabios para toda nuestra familia y especias de todo tipo. O eso creímos, porque al volver, en España, nos dimos cuenta de que faltaba alguna especia.

El tour se alargó un poco más de lo que debía, por lo que no nos dio tiempo a comer en algún sitio sentados y ceder nuestro cuerpo al dengue y comprar unas samosas de verduras, pollo y queso, así como unos postres marroquíes en el primer puesto ambulante que vimos.


El que tenga miedo a morir que no nazca


 Por suerte el dependiente era majo porque no nos aclarábamos con las monedas, le dimos un puñado y confiamos en que nos devolviera lo que nos correspondía.


Fuimos hasta el punto que nos indicaron por WhatsApp, y tras esperar un ratillo charlando en inglés con un buscavidas mientras intentaba adivinar de dónde éramos. Finalmente llegó el mini bus y nos subimos junto con un grupo de canarios.




Y 45 minutos después estábamos entrando en el oasis de Agafay.


Nos presentaron el lugar mientras esperábamos en una jaima abierta que hacía de recepción y tomábamos un té de bienvenida.



Nos dijeron que nuestra jaima era la 17, por lo que nos dirigimos hasta allí tras pagar la excursión de los camellos.



Las habitaciones no estaban nada mal, aunque era literalmente un horno al que no pudimos pasar hasta haber dejado un minutito la puerta y ventanas abiertas.



Dimos una vuelta por el complejo y fuimos corriendo a ponernos el bañador para ir a la piscina. El agua estaba absolutamente helada.


Pero finalmente conseguimos darnos un bañito, disfrutar de las vistas y hacernos unas fotitos de influencers.




Aunque nos hubiéramos quedado ahí toda la tarde, volvimos a nuestra jaima para ponernos una ropa más adecuada para el desierto e hicimos cola para montar en el camello.



Nos vistieron de original berebers.



 Y nos ayudaron a subir al camello. Alguien se lo pasó ligeramente mejor que el otro.



Y pasamos la siguiente hora vagando en camello por el desierto.








Finalmente terminamos un viaje que a María se le hizo excesivamente largo, aunque al final se hizo amiga de su camello (esta frase sin contexto puede ser sospechosa).



Volvimos a la habitación y nos duchamos cerrando la boca y los ojos al máximo para que ni siquiera un nanolitro de agua con tifus entra en contacto con nuestras mucosas.

Luego nos pusimos guapetes y fuimos a la zona del restaurante.



Lo habían llenado de mesitas, nos sentamos en una de ellas y nos pusieron una sopa marroquí mientras veíamos un espectáculo de bailes y cantes.





Y al final hicieron un espectáculo con antorchas y fuego que terminó encendiendo un corazón. 


    

Pasamos dentro del salón, donde siguió el espectáculo mientras cenamos un pollo con aceitunas delicioso y un cuscús con verduras que finalmente no pudimos ni terminar por lo mucho que era. 



Nos pusieron algo de fruta de postre, pero vimos que estaba lavada con agua y decimos no decirle hola a la listeriosis.



El espectáculo estaba bien pero hubo un momento que ya nos empezó a cansar, veíamos que cada vez había menos gente y nos iba a tocar salir a bailar por lo que decimos irnos a nuestra jaima.



Eran las 11 y media y estábamos absolutamente destrozados, y tardamos en dormirnos lo necesario para  arroparnos y desearnos buenas noches.

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Gracias lacónicas a María por escribir esta entrada desde su palacio guadalajareño.

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