De desayunos desérticos, zocos hiperpoblados y riads homónimos

Nos despertamos en el desierto de Agafay para continuar nuestra aventura por Marrakech. Tras ducharnos con la boca y ojos cerrados para que no entrase el paludismo en nuestro cuerpo, bajamos a desayunar al bar de la piscina, donde volvimos a recordar de repente que estábamos en mitad del fucking desierto.




Nos esperaba un desayuno de reyes: una tortillita francesa, con un pan típico marroquí, café, zumo y diferentes salsitas con las que acompañar el pan, y como buenos españoles llegamos los últimos y desayunamos solos.




Volvimos a la habitación, recogimos nuestros enseres y nos despedimos de Agafay.



A las 11 salimos en el autobús hacia la capital con el mismo conductor poniéndonos música de autores locales local tales como El Barrio o Amparito Roca.


Cuando llegamos, nos perdimos por las calles de Marrakech. Dimos un paseo por Jemma El Fna y dimos un paseo sin GPS por el zoco, divisando nuestras próximas compras. 



Llegamos a la Madersa Ben Youssef y, previo pago de un puñado de jurdelillos, pasamos a la gran escuela árabe con gran parecido a los palacios de la Alhambra, ya que compartía cierto aire andalusí.










Tras descansar unos minutitos en unos bancos a la sombra, nos dirigimos al Riad para dejar nuestras cosas y dar un paseo sin ir cargando con todas nuestras pertenencias.





Nos dieron de bienvenida el posiblemente mejor té de menta que ha probado nadie en la tierra y al poco llegó Ryad, que se presentó como el dueño del Riad, y se hizo a amigo mío (y no de María, por lo que sea). De hecho, ante nuestra (mi) incredulidad por su nombre terminó sacando su DNI marroquí para borrar cualquier duda.


Leyendo y firmando el contrato del alojamiento

Cuando todo estuvo en regla subimos a dejar las cosas a nuestra habitación.




Mientras María se duchaba en la habitación, tuve a bien bajar a pedir el wifi del sitio y ver si podían imprimirnos los billetes de vuelta, ya que en el siglo XXI en el aeropuerto de Marrakech no admiten billetes digitales y tienes que llevarlos impresos o pagar una humilde tasa de 60 pavinchis (elegimos la primera opción). 


Con más hambre que el perro de un ciego, se nos ocurrió decirles a los de recepción que si sabían dónde podíamos comer. Se les iluminó la sonrisa y tras una llamada rápida y una espera de 5 minutos, el hombre con un traje tradicional de Burkina Faso y la tez más negra que habíamos visto en nuestra vida nos escoltó hasta un restaurante absolutamente europeizado en el que pagamos más de la cuenta. Aun así la comida estuvo deliciosa y pudimos disfrutar de una terracita.


Y al salir compramos un baklava local en un puesto que no habían pasado una sola inspección de sanidad.


El que tenga miedo a morir que no nazca

Volvimos al zoco para buscar El Bolso que quería María, no sin antes perdernos literalmente por el centro de Marrakech y acabar en zonas donde no había ni un solo turista.



En una puerta había un símbolo de la PlayStation y, antes de asomarnos, salieron como 10 niños de dentro a decirnos que si queríamos echarnos un fifilla con ellos dentro, que era un cubículo con 4 ordenadores pochos y dos tiras de leds moradas.


Volviendo a lo del bolso, María llevaba tiempo queriendo un Luivi que cuesta más de 1.100 euros, y que obviamente no está dentro de su presupuesto. Tras callejear encontramos uno, que además era gooosa. Finalmente lo conseguimos por algunos jurdelillos menos, no sin antes regatear adecuadamente. Compramos té, unas figuritas que no fallan nunca y unos neceseres, verificando que era necesario aprender a regatear.


Volvimos a la plaza Jemma El Fna con el atardecer y a María se le ocurrió subir a una terraza a tomar algo y disfrutar del mismo mientras tomábamos un té de menta y una Coca Cola.



Absolutamente destrozados y sabiendo que al día siguiente madrugábamos decidimos volver al riad. 


De camino compramos unos kebab de falafel y nos los llevamos para cenar en la terraza de la habitación.


Estaban deliciosos, y al gato que había pululando por la terraza también se lo pareció así que le invitamos.


Le dimos las buenas noches al gato, nos metimos en la cama y aproximadamente al segundo y medio nos habíamos quedado dormidos.

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Gracias de nuevo a María por escribir esta entrada ❤️

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