De vuelos matutinos, dragones cracovianos y billetes de bus
Una infame alarma a las 3 nos hizo levantamos y terminamos lo poco que nos quedaba de maleta hasta las 4, que llegó el Uber que nos llevó a la T1.
Y esperamos un par de horas a que saliera el avión charlando y echando algunas partidas al Unite.
Aunque nos había tocado separados por un par de filas, preguntamos amablemente y nos cambiaron los asientos para que pudiéramos viajar juntos.
Inicialmente nos apagaron las luces. Para dormir, pensé.
Pero no, era solo para el despegue, y a pesar de mis finos párpados me pasé una horilla de viaje dormido.
Cuando llegamos al aeropuerto de Cracovia nos esperaba Kristoff, un joven polaco al que Booking había mandado para llevarnos al hotel que palió sus cuestionables habilidades conductoras con una actitud ufana.
Y a las 10 y media llegamos a los apartamentos Platinia.
No podíamos entrar en la habitación hasta las 3, así que dejamos las cosas en el luggage room y fuimos a desayunar al primer Lajkonik de los muchos que pisaríamos en Cracovia.
Dejamos las cosas y bajamos a dar una vuelta por la ciudad.
Estuvimos un rato largo intentando descifrar las ininteligibles señales polacas para comprar tickets para pasar sin ser capaces de distinguir los vendedores oficiales de los espurios.
Al final, por horario, nos limitamos a bajar a la cueva del dragón de la ciudad.
Y luego fuimos a la plaza del mercado.
La siguiente quest era conseguir dinero en cash pero las casas de cambios no aceptaban tarjeta, así que acabamos usando un cajero y aceptando la comisión que se llevaron.
Y fuimos a comer al Pierogarnia Domoya.
Y pedimos, obviamente, unos pierogis.
Cuando terminamos volvimos al hotel a subir las cosas a la habitación (aunque nos tumbamos unos segundos y casi nos quedamos dormidos) y luego a la iglesia de San Pedro y San Pablo para empezar el free tour por el centro.
También volvimos al castillo, que ya nos conocíamos.
Y luego seguimos por otras calles.
La tarjeta de su empresa, por si queréis un buen guía.
Al final le dimos 80 eslotis (aunque luego lo pensamos y bien se merecía los 100) y le preguntamos cómo comprar los billetes a Auschwitz, porque la página web no se quería traducir al español.
Nos recomendó que fuéramos a por ellos a la estación de buses, y así lo hicimos.
Volviendo al hotel hubo un pequeño malentendido con Google Maps, al llegar nos quedamos un rato hablando y al final estábamos tan cansados que nos acostamos poco después.
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