De barrios judíos, escaleras cinéfilas y minas de sal

Nos levantamos a las 9 menos algo y mientras María se duchaba con total calma yo me eché unas partidas rápidas al Unite para conseguir las monedas de Mewtwo Y y fuimos a desayunar a nuestro Lajkonik de confianza.

De ahí al Zara de la plaza del Mercado a esperar a Javi, de nuevo nuestro guía, quien nos siguió enseñando la ciudad.

Parte de la visita era en el barrio judío.

El cementerio

En esta plaza antes solo había halal pero abrieron un bar para turistas, el Alquimia, y viendo el éxito que tuvo los demás decidieron copiarlo.

También pasamos por la calle donde grabaron la lista de Schindler.



Pasamos a una iglesia muy chula.



Un puente hasta arriba de candados.


Y luego fuimos al ghetto.


Una mezuza

Y terminamos el tour en la plaza de las sillas, que representan los asientos que se sacaban los judíos cuando iban a buscarlos para esperar pacientemente a que dijeran sus nombres.


Nos quedamos 10 minutillos hablando con el guía para hacerle un revolut y para ver cómo comprar los billetes de tren hasta Wieliczka y luego volvimos a la plaza de antes a comer unos paninis zapiekanka.


María sonríe porque aún no sabía que íbamos a tener que pelear a patadas con un puñado de palomas para poder comer en paz.


Luego fuimos a la estación.


Y llegamos sin problema a Wieliczka.


Llegamos un poco antes de lo que empezaba el tour así que nos entretuvimos mirando cómo ir mañana de Cracovia a Varsovia, pero era más lioso de lo que debería así que lo dejamos para luego.

La visita empezó a las 4 menos cuarto, hora a la que empezamos a bajar los 50 pisos que nos separaban del inicio del tour.



Tuvimos la fortuna de compartir pase con un grupo de peruanos quincuagenario que no entendían las reglas sociales europeas y no parecían entender que no era apropiado grabar impúdicamente a la guía a 20 centímetros de su cara mientras la mujer intentaba explicar lo que íbamos viendo.

Todas las salas estaban cavadas en sal y todo lo que veíamos, como las estatuas, estaban hechas de sal.

El man de la izquierda era el perpetrador

Click, click, click, sonaba su incansable cámara cada 4 segundos. Venían en un grupo de 3 ó 4 y otro de sus amigos no paraba de interrumpir a la guía para preguntarle idioteces.


De repente el man sacó otra cámara de los años 90 y ahora, una en cada mano, iba el primero en el grupo haciendo fotos y vídeos a diestro y siniestro sin ningún criterio.

Finalmente María y yo vimos que lo más sano para nuestra salud mental era ponerlos en la cola del grupo y respirar, al fin, tranquilos.


Y seguimos bajando.


Era increíble estar ahí abajo y pensar que estábamos en una cueva absurdamente profunda que se extendía a través de kilómetros y kilómetros de túneles cavados en sal.


La guía, Anna, era una polaca que hablaba sorprendentemente bien español pero que contaba las cosas como un robot; tenía su script memorizado y no pensaba salirse de él.


Hasta los cristales de los candelabros eran de sal

Y llegamos hasta la famosa sala que habíamos visto en Google.


Con el flash parece la hecha con una cámara de fotos de los años 90

Con la poca luz que había era complicado hacer fotos medio decentes


Y seguimos bajando.





Eventualmente llegamos a un centro comercial, que no parecería gran cosa, si no fuera porque estábamos en mitad de una puta cueva.


Esto a María pareció no sorprenderle mucho pero que haya tiendas perfectamente funcionales con luz, refrigeración, pago con tarjeta y trabajadores que bajan diariamente a hacer una jornada de 8 horas a mi me parece demencial.

Y seguimos bajando.



Después de más de 2 horas la visita terminó, pero con el ticket que habíamos comprado entraba otra visita a una zona diferente más musealizada, y como nos estaba pareciendo bastante chulo nos apuntamos. 

Del grupo de 50 personas que éramos antes casi nadie pareció compartir el entusiasmo por ver más cuevas porque al final solo fuimos nosotros y una familia de catalanes.


Al principio echamos de menos el rítmico sonido de la cámara peruana, pero se nos pasó pronto. Lo que sí empezamos a sentir, poco a poco cada vez más, era frío.


Por suerte nos llevamos una sudaderas y pudimos sobrevivir a la excursión.


Al final nos empezamos a acostumbrar a ver iglesias subterráneas.


En un punto llegamos a una maqueta de las cuevas y la guía nos dijo que solo habíamos visto un 1% de las cuevas, y por muy loco que nos pareciese al principio vimos que tenía razón.


En las zonas más húmedas todo estaba cubierto de sal cristalizada.


Las cosas de metal estaban totalmente destrozadas por la sal

Los utensilios que utilizaban para sacar la sal que iban excavando

Una hora y algo de museo subimos en ascensor hasta la superficie y volvimos a la estación de tren.


Pero por desgracia el tren que teníamos que haber cogido había salido apenas 5 minutos antes de que llegáramos, así que nos tocó esperar una hora y algo hasta el siguiente, y cuando parecía que llevaba se retrasó 15 minutos.


Aprovechamos la espera para terminar de comprar el billete a Varsovia y finalmente montamos en el tren.


Y llegamos en 25 minutillos a la estación de tren cracoviana.


Ayer nos quedamos con ganas de probar algunos de los platos del House of beer así que volvimos y pedimos unas alitas con salsas de mostaza con miel, chipotle con mayonesa y otros acompañamientos absolutamente deliciosos.

Y unas cervezas afrutadas muy ricas también

Estábamos totalmente destrozados así que volvimos directamente al hotel, una duchita rápida y en cuestión de 3 minutos estábamos durmiendo.

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