De torres angostas, relojes astronómicos y sinagogas españolas

Nos levantamos en el hotel Cebón y desayunamos en el buffet libre con vistas a la plaza como auténticos nobles.


Y volvimos a la habitación para recoger las cosas.


Por no ir hasta el coche y volver, dejamos las maletas en una especie de trastero que había al lado de recepción y fuimos a dar una vuelta por el centro.


Nuestro principal objetivo era la Torre Negra, un edificio hecho por dentro de madera desde el que se veía toda la ciudad.


En algunos tramos casi tuvimos que hacer parkour para subir, y yo me di en un par de ocasiones en la cabeza, pero las vistas merecieron la pena.



Y cuando nos cansamos de la vista de pájaro seguimos dando una vuelta por České Budějovice.



Entramos a un convento que creíamos vacío y descubrimos que estaba lleno de niños, sospechamos, haciendo la comunión.


También descubrimos el significado de las letras KMB escritas con tiza en las puertas que llevábamos viendo durante todo nuestro viaje, al menos por República Checa. Son las iniciales de los tres reyes magos, en un intento fútil de que les bendijesen su hugar.

Viendo que se nos hacía tarde y que no quedaba mucho más por visitar volvimos a por las cosas, fuimos al coche y nos hicimos las casi dos horas que nos separaba de Praga.

Nos pasamos el camino entero mirando cómo aparcar en Praga, y viendo que no sacábamos nada en claro acabamos llamando al hotel para suplicar que nos dijeran cómo funcionaba el aparcamiento allí.

Temíamos tener que terminar aparcando en los suburbios e ir en metro hasta el hotel. Pero la suerte aparcando de Jose nos volvía a acompañar, y como por un milagro de Dios encontramos un aparcamiento en Praga 6 zona morada (de las más baratas) a 5 minutos andando del hotel. Además los findes era gratis, y dejarlo solo nos costó 15 pavos hasta que lo cogiéramos el lunes.

Finalmente, tras aparcar y santiguarnos fuimos a dejar las cosas al hotel Fleur de Lis.


Y enseguida bajamos para dar una vuelta. Hacía varias horas que habíamos entrado en cetosis, así que cuando nos cruzamos con un Burrito Loco y lo vimos claro.


Además, por fin encontramos la Coca Cola de vainilla, una ambrosía de leyenda que llevábamos buscando durante todo el viaje sin éxito, y nos sentamos en un parque cercano a degustar nuestro banquete.

El sabor es totalmente indescriptible (en realidad es Coca Cola con vainilla)

Y seguimos paseando.




Una calle con un mercadito 


Y llegamos hasta la plaza de la Ciudad Vieja con el reloj astronómico.






Nuestra siguiente parada eran los monumentos judíos que había por Praga, pero para visitarlos primero teníamos que comprar las entradas, que se nos hicieron carísimas. Al final acabamos comprando una soa con audioguía, otra de estudiante con un carnet falsificado y otra normal. Fuimos lo más ratero que se puede y aún así nos acabó tocando a 20 pavos por barba.

Solo teníamos un par de horas antes de que cerraran todo, así que fuimos corriendo a nuestro primer destino, la sinagoga española, decorada con motivos neomudéjares. No está construida en honor a los serfadíes, sino a un filósofo judío de la edad media hispano de mucha influencia para la nueva filosofía judía.

Es absolutamente preciosa



Y después de ver una pequeña salita con testimonios de los judíos que fueron asesinados durante la segunda guerra mundial fuimos a otro otra sinagoga. Ésta estaba llena de carteles narrando las persecuciones sitemáticas y los progroms que ha sufrido el pueblo judío.




Y después fuimos al cementerio. Primero pasamos a la sinagoga Pinkas.




Y luego al cementerio en sí.





Luego pasamos a la sala de las ceremonias, llena de los objetos que utilizaba la cofradía de los enterramientos en las zonas de Moravia y Bohemia para inhumar a sus congéneres.

Y seguimos paseando por la ciudad.






Al final acabamos en un bar, cansados y sedientos, y cuando nos quisimos dar cuenta nos habíamos bajado 3 de éstas con el estómago vacío.


Tras levantarnos a pagar y ver cómo todo se movía un poco más de lo que debería decidimos dar otra vuelta, y no sé si el Stendhal fue por la cerveza o por el ocaso pero todo era absolutamente precioso, y seguimos flipando con la cantidad de monumentos que había por todos lados.


Volvimos hasta la plaza, sorprendiéndonos de la cantidad de gente que había por todos lados.






Volver andando era inviable así que pedimos un uber para volver hasta el piso y, por si no fuéramos suficientemente flying, sacamos la botella de vino que llevábamos arrastrando desde el primer día.


Después de reflexionar sobre las relaciones paternofiliales, echamos unos Unites con la poca psicomotricidad que nos quedaba (algo que Pedro no llegó a ver) antes de acostarnos también.

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