De sherpas españoles, viajeros latinoamericanos y futbolistas eslovacos

Como ya empezaba a ser costumbre, la luz de las 7 de la mañana nos despertó a todos menos a Pedro, que dejó su envidiable interruptor apagado un rato más.

Cuando se levantó, se puso al mando de la cocina y nos deleitó con un desayuno basado en huevos revueltos y queso, y un yogur con frutos rojos de postre, que disfrutamos mientras escuchábamos la entrevista a nuestro (de momento) presidente en la SER.


Tras prepararnos, salir y pasear apenas 5 minutos llegamos a la plaza principal de Bratislava, Hviezdoslav, donde empezaría el free tour que habíamos reservado.

La fuente de Ganímedes con todos los animales que hay en el Danubio

Nuestro guía fue Felipe, un profe de Barcelona que había acabado en Bratislava de manera más o menos aleatoria. 

Como guía no tenía nada que ver con el de Viena; no solo tenía un interesante guión perfectamente preparado con fotos de lo que iba contando, sino que llevaba hasta un altavoz para que le oyéramos perfectamente.



De hecho, hasta nos iba haciendo preguntas de lo que iba contando y nos recompensaba con caramelos de menta recubiertos de chocolate. Inicialmente tuvimos reparos al responder, ya que nos sentíamos como preescolares siendo víctimas de técnicas de conductivismo básico, pero la verdad es que los caramelos estaba buenos.

La estatua de un antiguo fucker de la ciudad

De su mano fuimos descubriendo las enormes plazas y sinuosos callejones que albergaba la capital de Eslovaquia.



Presentándonos y explicándonos el origen del Mickey Mouse comunista


La entada al casco antiguo de la ciudad

Un edificio comunista redecorado

Y finalmente acabamos en la Iglesia de Santa Isabel, totalmente azul.

Las fotos son de más tarde, como podéis deducir por la iluminación

A sugerencia del guía fuimos a comer al Bratislava Flagship, un restaurante subterráneo.


Cuando pasamos y vimos la decoración pensamos que iba a ser muy caro, y empezamos a dudar de la palabra del guía. Pero cuando vimos la carta comprobamos que todo estaba en orden.


Pedimos un bocadillo de sopa y una fuente con los tres platos más típicos de allí y por fin probamos el halušky, unos ñoquis con queso de cabra y bacon frito.



Y de postre unos cafés con unas bolas de harina recubiertas con nueces que tenían en una bolsa abierta desde 2007 que nos entusiasmó a ninguno de los 3.

Tras una corta sobremesa volvimos a la misma plaza donde habíamos empezado el free tour de la mañana para hacer el de la tarde.

Esta vez nuestro guía fue Martin, un lugareño que, tras viajar por Sudamérica a dedo durante varios años, había conocido en México a su mujer y ahora hablaba un perfecto español.

Sin duda alguna este guía fue el mejor. Nos explicó el papel de Eslovaquia en las guerras mundiales y cómo habían acabado ayudando a Hitler, todo acompañado de un humor muy cínico que lo hacía muy entretenido.

Nos sentamos un rato en la hierba mientras nos contaba todo eso

Luego pasamos a la iglesia (por separado, ya que los grupos tienen que pagar).

Y continuamos hasta las murallas sobre las que, nos contó, las antiguas casas del barrio judío se habían apoyado para ganar estabilidad.


Saliendo del casco antiguo

Y subimos por una cuesta hasta el castillo de Bratislava, desde donde se ve perfectamente la ciudad.


Hay unos jardines al lado del castillo, de lo que no hice foto, donde  terminamos la guía. Después de que todos le entregáramos unas kunillas por su esfuerzo y se fuera, nos quedamos hablando con un grupo de latinoamericanos con los que habíamos entablado conversación varios veces a lo largo de la guía.

Descubrimos que dos de ellos eran colombianos, Julián y Alejandro, y uno guatemalteco de 17 años, Adolfo, que llevaba varios meses dando vueltas por Europa, y quedamos para tomar unas cerves por la noche.


Con nuestro amigo guatemalteco


Nos despedimos para seguir cada uno por nuestro camino, y el nuestro nos llevó a subir hasta el castillo.


Tras contemplar las asombrosas vistas, volvimos paseando hasta el piso.



Y tras descansar, echar un par de Unites y ducharnos, nos pusimos nuestras mejores galas.

Fuimos hasta el Ten fingers, de nuevo a sugerencia del guía.

Pero vimos que era muy de copas y acabamos en el Beer Palace. Intentamos pedir algo para cenar pero nos dijeron que habían cerrado la cocina, así que en su lugar pedimos unas jarras mientras llegaban.

Es la única foto que tengo del sitio

Llegaron con un nuevo amigo, un peruano llamado José, con quien estuvimos hablando de lo probable que es que un man en moto te robe el móvil en Lima.

Un par de rondas después nos echaron del bar por cierre (que dedujimos por cómo apagaron todas las luces) y fuimos a ver dónde íbamos.

Y acabamos en Laputika, en parte por las buenas reviews que tenía en Google Maps y en parte por la gracia que nos hacía a todos el nombre.



Tenían algunas cerves exóticas, y yo probé la de mango milkshake.

Solo tenía un lejano regusto a mango

Tras seguir comparando el sistema de derechos y libertades de Europa con su ausencia en Latinoamerica nos volvieron a echar del bar, esta vez encendiendo las luces.

Y acabamos en el Manifest Bohéma, una especie de discoteca con la música lo suficientemente baja como para poder hablar.

Tras hablar de cómo vivimos en COVID en cada uno de nuestros países nos dieron las 2. Aunque estábamos todos muy a gusto, al día siguiente teníamos que madrugar para mover el coche antes de que se acabase la hora de parking y nos encontrarnos un cepo, así que propusimos despedirnos.

Por suerte nos dimos cuenta de que aún no habíamos cenado, y viendo que había un kebab al lado optamos por pedir algo antes.

Y fue lo mejor que pudimos haber hecho, porque de la nada aparecieron dos eslovaquillos de 20 años, totalmente alcoholizados, pidiendo un chicle para pegarle a uno de ellos la pulsera rota de una discoteca en un inglés casi ininteligible.

Uno de ellos empezó a decir que le encantaba la liga española, que Messi era su ídolo y que se iba a tatuar su cara en el culo. "Messi in my ass", no cesaba de repetir mientras se bajaba los pantalones y su mandíbula se movía de manera sospechosa.

Pedro, que solo llegó a oír que le gustaba el fútbol, de la nada le gritó "AGUEROOOO" y el chaval al borde del coma etílico le respondió "BALOTELLIIIIII", y bastó para que se fundieran en un abrazo, hermanando España y Eslovaquia, ante la mirada totalmente desconcertada de los demás. 

Su amigo Simon, un poco menos pasado, nos deseó que hubiéramos pasado una agradable estancia en su ciudad y se llevó al otro a rastras. 

Tras intercambiarnos los instagrams nos despedimos de los narcos (un cariñoso sobrenombre que que se nos había ocurrido, fruto del ingenio, para englobarlos a todos) y finalmente pusimos rumbo al piso mientras ampliábamos el parking una hora más.

Al final acabamos llegando a las 3 y tardamos aproximadamente 0 segundos en caer rendidos.

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