De parques eclécticos, jacuzzis concurridos y homenajes crípticos

El martes nos levantamos prontito en Bratislava porque teníamos pagado el parking hasta las 10 de la mañana, y ese día teníamos un planning muy apretado.

La resaca hacía mella en nuestros maduros cuerpos y la luz, que penetraba en el piso como si se tratara de una sala de baile del Rey Sol en Versalles, terminó de fastidiarnos las escasas horas de sueño de las que pudimos disfrutar. Solo Pedro, con su innata capacidad de desconectarse como si se tratara de una roomba, durmió como un bebé hasta que José empezó a lamentarse de la espantosa luz que le deslumbraba.

Una vez en pie, intentamos preparar unos cafés en una cafetera que había decidido expulsar agua por todos lados. Taciturnos, recogimos, cerramos el piso y pedimos un Uber hasta el coche.

Nos recogió un hombre que parecía salir de las mismas entrañas de las mafias más violentas de Europa del Este. Era rubio, alto, con ojos azules como el agua de los cenotes mejicanos y, como el conductor anterior, tampoco decía ni una palabra. 

Nos montamos en el coche que nos habría de llevar a nuestro auto mientras Pedro, preocupado, pedía a José que tradujera un cartel que había en el asiento trasero en el que sólo entendíamos las palabras AK-47. El cartel básicamente decía que el conductor tenía un problema auditivo, aunque AK-47 parecía ser su nick callejero.

Al llegar a nuestro coche comprobamos aliviados que no teníamos ningún cepo y nos dirigimos al castillo de Devin. 

Tras media horilla de viaje bajamos del coche hipnotizados por las ruinas eslovacas de lo que otrora fue un castillo desde el que controlar un radio de varios kilómetros.

Pagamos dos entradas de 8 euros, y una tercera de estudiante de 6 euros gracias a la foto de un carné de estudiante falso que el mañoso José tenía editado en el móvil.

Una estatua vigilando a los visitantes

Ya en el castillo, anduvimos por las ruinas, admirando las sensacionales vistas sobre el río Danubio y las espectaculares esculturas eslovacas, y comprobamos sorprendidos la enorme cantidad de escolares  pubescentes que visitaban este tipo de espacios culturales.  Estas impresionantes vistas nos acompañarían durante el resto de nuestro periplo por Chequia y Eslovaquia.


Una vez visto lo poco que quedaba del castillo, dirigimos nuestras ruedas hacia el complejo palaciego de Lednice, que tiene el parque más grande del país con casi 200km2 , 

Por supuesto Pedro se apagó

Un pueblecito por el que pasamos

Aparcamos en un parking que tenían perfectamente capitalizado, pero antes de comenzar nuestras andanzas comimos en el pueblo unas hamburguesas brutales.

Acabamos llenísimos, y lo primero que admiramos tras llegar rodando al palacio fue la arquitectura neogótica de la majestuosa residencia nobiliaria.

Y luego nos adentramos en los jardines.


Aunque las musas nos poseyeron y grabamos un vlog.


A continuación nos acercamos al invernadero, pero decidimos no entrar, pues pretendían cobrarnos 100 coronas checas por cabeza (o kunillas, como habíamos decidido llamarlas a lo largo del viaje en un guiño numismático a las ya extintas kunas croatas), para ver algo que se parecía bastante a los invernaderos de Atocha. 


Como broche, tuvimos la feliz idea de pasear a las 3 de la tarde y con un calor superior al de Sevilla en agosto, por el complejo de lagos y de pequeños monumentos arquitectónicos que tuvieron capricho de construir los señores del palacio en el siglo XIX.

El complejo era bonito: tenía un edificio en oriental, una especie de acueducto, unas cuevas artificiales y varios lagos, y al final del recorrido nos esperaba un minarete.


Tras más de media hora de caminata, llegamos exhaustos al edificio que imitaba a un minarete (también costaba 100 coronas subir) donde culminaba la ruta. Allí recuperamos el aliento, saciamos nuestra sed, hablamos con unas señoras coreanas que no entendían nada de inglés, y volvimos al coche por otro camino mucho más corto aunque con apenas nada que ver.

Antes de ir al coche intentamos recargar nuestras botellas de agua en el baño, pero como también costaba dinero entrar (para variar), decidimos comprar una botella a una chica con cara de pocos amigos, y aunque al final nos salió más caro, no pagamos por un derecho humano fundamental como es hacer pis.

Tardamos 20 minutos en llegar a Mikulov en coche y, hicimos el checkin y subimos a dejar las maletas.

El inclemente calor nos había dejado totalmente agotados, así que decidimos gastar de inmediato nuestros tickets en el spa.



La piscina y los calores de las saunas nos dieron la vida. 

Además, nuestra soledad en las salas aclimatadas solo se vio interrumpida por una pareja que llegó poco después, y se metió en el jacuzzi con una botella de champán, donde se la bebieron durante toda la tarde mientras hacían extraños movimientos bajo el agua.

Tras disfrutar de todas las experiencias que el spa ofrecía (incluido la cascada de agua fría a través de un cubo que se volcaba tirando de una cuerda), culminamos con más de una horita de jacuzzi al aire libre, desde el que se podía disfrutar de unas vistas privilegiadas y donde improvisamos unas sesiones de fotos. 


A eso de las 20.00, cuando nos echaron del spa por cierre, bajamos a las habitaciones, nos cambiamos, y salimos a cenar al pueblo. 

Comprobamos que Mikulov era pequeño pero bastante entrañable.

Nuestra intención era ir a un sitio que tenía buenas críticas en Google, pero al llegar allí vimos que parecía una especie de panadería. Una chica simpática y con cara de eslava muy del este, nos dijo que allí no servían cenas, pero nos recomendó una serie de restaurantes a los que podíamos ir. 

Como casi todos estaban cerrados, acabamos en uno en el que, hemos de decir, la calidad de la comida era bastante buena. Lo malo fue el vino: pedimos el más caro, una botella de vino blanco de 17 euros, que por el sabor, se asemejaba bastante a la botella de Pescaito que venden en Mercadona por 2 euros.


Pedimos un risotto, unos gnocchis y una hamburguesa de cordero con salsita de menta para cenar.


Mientras devorábamos nuestra cena, uno de los comensales que teníamos en la mesa contigua se encontraba solo leyendo un libro. Poco después de que nosotros llegáramos, se levantó y se fue, pero a los 10 minutos volvió, se acercó a nosotros, y nos preguntó, sorprendido, si éramos españoles, y qué habíamos ido a hacer a Mikulov. Nosotros le explicamos que simplemente estábamos haciendo un road trip por Europa, y el chico se marchó satisfecho.

Después de cenar, y viendo que éramos los únicos en el restaurante y que el camarero nos miraba impaciente, decidimos terminar con el vino y dar una última vuelta por el pueblo,

Nos dirigimos a unos jardines que había a los pies de un bonito iluminado alcázar. 


Allí, al Jose se le ocurrió la feliz idea de intentar imitar la gramática y ortografía de nuestro querido amigo Diego, poniendo un story en Instagram en la que se contara la feliz anécdota que habíamos tenido con nuestro nuevo amigo checo.

Animados por la botella de Señorío de los Llanos, fuimos añadiendo poco a poco elementos entre lágrimas de risa y el resultado fue insuperable.

Ni el mismo Diego entendió lo que quisimos decir, por lo que consideramos que nuestro alarde creativo había sido exitoso. Por un momento nos creímos Carmen Mola, y nos reímos tanto que llegamos al hotel entre llantos y abrazos de camaradería.

El vino blanco nos había subido un poco

Ya en la habitación, nos echamos unos Unites mientras Pedro apagaba su interruptor para no volverlo a encender hasta el día siguiente.

Pero como último suceso extraño de la noche, escasos segundos después de apagar la luz, el estor de la ventana se cayó solo de forma totalmente inexplicable, así que mientras Pedro entraba en fase REM Jose y yo encendimos la luz, hicimos parkour para subir a la ventana y lo conseguimos volver a poner en su sitio, tras lo que finalmente caímos rendidos y nos fuimos a dormir con una sonrisa sintiéndonos el man de Bricomanía.

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Gracias al cronista Jose por escribir esta entrada desde su retiro espiritual en Brno, tantos días y tan densos están siendo largos de narrar hasta para un blogero experimentado.

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