De criptas frías, meteorología veleidosa y tauroctonías enterradas

Nos levantamos en Mikulov todavía sin saber si íbamos a volver al spa por la mañana o si en cambio íbamos a seguir con nuestro viaje turístico, pero priorizamos lo importante y bajamos rápidamente a nutrirnos con las viandas checas el buffet libre del hotel.

Realmente no eran tan checas

Mientras desayunábamos vimos que el día estaba nublando y corría airecillo, perfecto para pasear sin ser víctimas del inclemente sol que nos había acompañado en nuestro viaje.

Así que recogimos las cosas para hacer el checkout.


Tras bajarlas al coche, fuimos dando una vuelta hasta el castillo que vimos anoche, pero rápidamente se fueron las nubes y volvimos a empezar a sudar.



Y tras ver el castillo dimos una vuelta rápida por el pueblo.

Volvimos al coche y pusimos dirección Trebic.

El coche no tenía bluetooth así que íbamos escuchando emisoras locales

Una hora de trayecto después llegamos a nuestro destino y, tras callejear intentando adivinar dónde estaba la entrada al parking del Grand Hotel, subimos las cosas a la habitación.


Y fuimos a ver el pueblo, empezando por la feria medieval que había en la plaza.


Tras dar una vuelta por la plaza nos dirigimos a visitar la basílica de San Procopio, un monasterio tardorománico-gótico del siglo XIII.

La guía era en checo, un idioma totalmente ininteligible para nosotros, así que tuvimos que conformarnos con el folleto en español que nos dieron.


Aún así sospechábamos que la guía contaba más cosas de las que había escritas, así que con el micrófono de Google Translator íbamos pillando frases aproximadas del resto de cosas de las que iba hablando.

Pero la barrera lingüística no nos impidió disfrutar de las bóvedas.



Vimos una salita donde tenían relativamente bien conservados unos frescos medievales.


Y finalmente bajamos a la cripta, totalmente congelada,


Y terminamos en los jardines.



Luego dimos un paseo mientras buscábamos en Google Maps dónde comer, hasta que finalmente nos decidimos por el Adam's Bar & Bistro.

Aunque Jose y Pedro pidieron de manera comedida, yo vi un costillar con glaseado de whiskey en la carta y, presa del hambre más atroz jamás conocido por el hombre, me calenté y me tuve que pasar media hora royendo huesos.

Estaba absolutamente increíble

No nos libramos del calor ni siquiera en la terraza del bar, que lejos de evitar el sol hizo de efecto invernadero. Comimos con chorreones de sudor cayéndonos por la cara, y tras terminar nuestros platos fuimos al baño a refrescarnos un poco.

Nuestra siguiente parada era el barrio judío, al que llegamos dando un paseo.


Un simpático pistón en una valla imitando los candados adyacentes

Finalmente nos quedaba por ver el cementerio judío, aunque antes de llegar hicimos una parada en la rivera del río Jihlava.

Sentí un poco de síndrome de Stendhal ante la tranquilidad que había


En el río se puede ver cómo a la derecha el cielo está totalmente gris, y antes de que pudiéramos darnos cuenta empezó un vendaval que traía olor a lluvia, y volvimos a paso rápido al hotel a esperar a ver qué pasaba.


Pasamos una horilla terminando la digestión y echando unos Unites hasta que dejó de llover. De nuevo, intentamos volver al cementerio judío pero ya había cerrado y solo pudimos verlo desde fuera.

Volvimos barajando las futuras opciones inmobiliarias de Jose en Málaga mientras buscábamos algún bar en el que tomar algo. 


Como no vimos ninguno que nos convenciera, acabamos en el del hotel mientras Jose nos contaba sus andanzas en la Universidad, el toro de Mitra descubierto en un pueblecito de Málaga y cómo esa tauroctonía había catapultado su carrera investigadora por estar en el lugar y el momento preciso.

Después de dar un repaso horizontal a la sociedad, Pedro y Jose se pidieron una pizza y estuvieron recordando historias con Juana, su casera-compañera de piso esquizofrénica de Madrid, y la del compañero de piso oligofrénico que carbonizó totalmente un microondas por dejar dentro una hogaza de pan media hora a máxima potencia, tras lo que el humo que había en la cocina no dejaba ver a más de un palmo.

Cuando subimos a la habitación nos duchamos. El primero fue Pedro y tras terminar, y con el último hilo de conciencia que le quedaba, murmuró "Apagad la luz..." justo antes de caer totalmente rendido (con la luz encendida).

Jose y yo tardamos unos minutos más en terminar de asearnos, tras lo que también nos dormimos en cuestión de segundos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

De hamburguesas para llevar

De programmers y runners

De tanatorios y purpurina