De monasterios expoliados, pueblos de pizarra y carreteras de niebla
Nos levantamos gracias a los despertadores (porque en Hita no hay ni gallos) y terminamos de recoger las cosas mientras desayunábamos unas galletas con leche que se trajo María.
Tras subir las cosas al coche, dimos una última vuelta por el pueblo a ver si por la mañana era un poco más bonito pero resultó que no.
Deshicimos el camino de ayer para llegar hasta Humanes, llenamos depósito y condujimos media horailla hasta el monasterio de Bonaval, y aunque el camino hasta el pueblo transcurrió sin problema, las indicaciones para llegar desde ahí al monasterio eran obtusas y crípticas.
Aunque María se bajó para mirar unos carteles con indicaciones, unos disparos lejanos de cazadores guadalajareños le hicieron pensárselo mejor y volvió corriendo al coche. Al final acabamos metiéndonos por caminos erróneos y terminamos parando en mitad de un monte rodeados de niebla para evaluar la situación.
Finalmente dedicimos que era imposible que fuera por ahí y dimos la vuelta.
Siguiendo las indicaciones que la gente había dejado en google maps, dejamos el coche en el parking y seguir andando por un camino en mitad del bosque, aunque por suerte ya sin disparos de fondo.
Terminamos llegando más de una hora tarde a la visita y esperamos pacientes mientras el Carlos terminaba de contarles.
Nos dejó pasar mientras terminaba bajo juramento de no tocar nada.
Aunque llegamos tarde nos explicó genial la historia del monasterio y todas las preguntas que le hicimos y María le terminó dejando una reseña.
Una vez en el coche pusimos rumbo a Campillo de Ranas (no había un solo pueblo con un nombre normal).
Cuando llegamos aparcamos el coche en la entrada y dimos un paseo viendo el pueblo.
Nos dieron las 2 y algo y salimos hacia Tamajón, aunque el GPS nos quería llevar por una senda forestal y María acabó preguntando a un lugareño cómo ir.
Cuando llegamos aparcamos cerca de la iglesa y nos comimos la pizza que hicimos anoche, aunque como el día estaba feo y el pueblo no parecía mucho, luego no bajamos a verlo.
Y desde Tamajón condujimos una hora hasta Valverde de los Arroyos.
Al llegar aquí empecé a notar de manera ligerísima un dolor corporal como el de la fiebre, pero lo achaqué a que estábamos cansados y no le di más importancia.
Bajamos al pueblo, con muchos más gatos de los que esperábamos, y estudimos dando una vuelta viéndolo.
Cuando se nos terminaron las calles que ver pasamos al único bar que vimos y pedimos un par de cafés calentitos.
Tras recuperar algunos grados de temperatura corporal volvimos al coche y nos embarcamos en un viaje lleno de niebla hacia Cantalojas, un pueblo al lado del hayedo donde dormiríamos esa noche.
Y antes de pasar a por las llaves dimos una vuelta rápida por el pueblo para aprovechar la poquísima luz que quedaba.
Como no había recepción pasamos al restaurante a por las llaves, subimos a ducharnos y descansar un ratete y un par de horas después bajamos a cenar.
No pedimos postre para terminar el chocolate de pistacho viendo La princesa Mononoke pero cuando ya estábamos arriba a punto de verla nos dimos cuenta de que se había quedado en el coche, María sacó tistós y al final nos fuimos a dormir sin princesa ni chocolate.
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