De castillos con zancos, sirenas de metal y ciudades sin ley

El plan de la mañana era ir a Helsingør a ver el Castillo de Kronborg a.k.a. el Castillo de Hamlet y como está muy al norte tuvimos que coger un tren que nos llevara hasta ahí.

Partimos de la Estación Central, donde si no llega a ser porque Claudia compró los billetes hubiéramos tenido que apañarnos con estos mapas en idiomas crípticos para llegar.



Estuvimos viajando como una hora, que dedicamos entera a mirar por la ventana mientras pensábamos en cosas profundas.


Cuando llegamos a la estación de Helsingør el día estaba bastante feote.


De camino al castillo dimos una vuelta por el pueblo, con calles amplias y edificiones bajitos.


Al salir del pueblo llegamos a un puerto desde el que se veía el castillo en la ontananza.


Para pasar al castillo hay que atravesar una pasarela de madera que conduce al interior (no sé qué poner y estoy describiendo lo que veo en el vídeo).


Aunque en la foto no lo parezca mucho ver el castillo a lo lejos era una pasada y cuando por fin encontramos un punto desde el que se veaía ni muy pequeo ni muy grande nos hicimos una foto.


Cuando fuimos a comprar la entrada nos preguntaron que si éramos estudiantes, nosotro dijimos que por supuesto y sin más preguntas pagamos 3 pavinchis y pudimos pasar. 

Lo primero que nos encontramos fue el patio central desde el que partíamos para ir a ver las zonas a visitar.


La primera fue una serie de pasillos con vestidos clásicos de la corte danesa y tras ello a unas salas enormes con cuadros de la realeza.

 


Poco a poco fuimos bajando las escaleras hasta llegar a los sótanos excavados en roca con algunas zonas apenas iluminadas, así que usamos los móviles para ver.



En algún momento Dani empezó a hacerse pasar por un agente de inmobiliaria cuyo cometido era el de vender el castillo, que resultaba estar maldito, lo que probó invocando a los antiguos nobles del castillo en un ritual bastante tétrico.



Después de perdernos un par de veces conseguimos volver al patio central donde habían puesto unos zancos, presumiblemente para niños, aunque eso no impidió que Álex y Pablo se picaran a ver quién dominaba la técnica antes.

Cuando uno de los dos ganó (solo la historia sabrá quién fue) volvimos a entrar al castillo para hacer la visita que nos quedaba por las habitaciones. Después de ver bastantes castillos, como el Real de Madrid, éste era especialmente aburrido y apenas tenía cosas interesantes, hasta el punto de que lo más relevante que pasó fue una partida de ajedrez entre Adri y Pablo con un tablero que nos encontramos por allí en medio.


Después de ver las habitaciones pasamos a la iglesia del castillo.


Cuando terminamos de verla (cosa de 2 minutos) dimos por concluida la visita y al salir del castillo fuimos a ver al Sirenito.



A estas alturas eran las 2 y no habíamos comido así que dimos una vuelta bastante rápida por las ddos calles que nos quedaban por ver del pueblo y volvimos a la estación.

En la estación había una tienda con algunas cosas de picotear y Álex y Pablo compraron un par de bolsas de patatuelas para picar mientras esperábamos a que llegara nuestro tren.


Después de otra hora de viaje llegamos a Copenhage y aunque nos estábamos muriendo de hambre acompañamos a Pilar, que se iba al día siguiente por la mañana y no le iba a dar tiempo, a ver el Palacio de Mármol por dentro.


Cuando salimos fuimos corriendo al Mormors, un sitio que habían mirado las chicas donde servían un salmón noruego de locos, pero llegamos a las 4 y media y cerraban 15 minutos después así que no nos podían servir.


Hambrientos, cansados y por tanto un poco desanimados decidimos dejar de dar vueltas e ir a comer a un mercado por el que habíamos pasado la noche de antes, el Torvehallerne, aunque cuando llegamos nos encontramos con más gente de la que esperábamos.


Después de dar una vuelta de reconocimiento nos sentamos en el Palæo, que tenían algunos platos con salmón.


Mientras algunos pedían Álex, Pablo y yo nos acercamos a otro puesto a pedir unas pizzas y cuando lo tuvimos todo pudimos al fin empezar a comer.


Lo devoramos todo enseguida y, con el estómago lleno, se notaba que nos empezábamos a sentir más animados y pusimos dirección a Ciudad Libre de Christiania (o Christiania para los amigos), y de camino estuve hablando con Claudia y descubrí que tengo tantas cosas en común con su hermano, tanto físicas como personales, que podríamos ser la misma persona.

Dejamos al lector el buscar información del barrio (como en los libros de cencia) pero en resumen es una zona de Copenhage que se autodeterminó independiente y le siguieron en rollo, y ahora mismo no pagan impuestos, no pasa la policía y se permiten drogas blancas. Solo hay tres leyes; no correr, no gritar y no hacer fotos.

Con estos datos me esperaba una ciudad distópica con bidones en llamas rodeados de politoxicómanos y drogodependientes, pero en realidad si no te dicen nada de esto pasas sin enterarte; tenían agua y luz que se autogeneran y bares perfectamente funcionales llenos de gente y nos acostumbramos bastante rápido a que hubiera puestos de feria con maría por todos lados. 

Salimos por la puerta con el nombre y nos hicimos una foto antes de irnos.

Claudia hace la foto

Volvimos al hostal con la idea de cambiarnos para volver a salir pero mientras los primeros se duchaban tuve la fatídica idea de recostarme en la cama y con lo cansado que estaba por el día que llevábamos me quedé dormido enseguida y se hicieron una foto conmigo en fase REM.


Por supuesto no me enteré de la foto ni de haberme quedado dormido; pensaba que había cerrado los ojos unos segunditos pero cuando me incorporé se me contó que nada mas lejos de la realidad.

En general el plan de salir estaba muy en el aire, pero cuando llegó Clauda con un par de packs de cerveza se terminó de caer y nos quedamos en la habitación de chill, de cosquillitas y de dermatólogos mientras las chicas le quitaban puntos negros al Álex y él, a cambio, nos sorprendió a todos con el truco del péndulo..

Mientras, Pablo estuvo de 11 a 1 intentando pedir unas pizzas que nunca llegaron, y aunque le habíamos dejado el teléfono al repartidor volvimos a llamar y nos dijeron que el repartidor había llegado con las pizzas al hostal pero como no sabía qué habitación era se había ido con ellas.

Al final Pablo y Álex se acercaron al MAX Burgers ý compraron hamburguesas para cenar para todos. Por supuesto no se arreglaron especialmente para la ocasión y de esa mini excursión salió una de las fotos más graciosas del viaje de Pablo hablando con un danés sobre lo mal que está la cosa.


Cuando volvieron les recibimos como a héroes, envolviéndolos en vítores y aplausos, y devoramos las hamburguesas hermanados por el hambre.


Yo solo les pedí una, pero no me di cuenta del hambre que tenía hasta que empecé a comer y Alex, en un gesto de puro altruismo, me dio una de las suyas.

Cuando terminamos de cenar Clauda se fue, nos empezó a invadir el sueño y con un besito paternal de Dani me fui a dormir como un bebé.

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