De copas en la playa y jugadores de billar ligeramente ebrios

Irene llegó al piso sobre la 1 con una bolsa cargada de dulces vejeriegos. Rafa tenía partido del Cádiz así que fuimos los 3 al Mercado. Compramos un par de cucuruchos de pescaíto frito, mini hamburguesas de retinto, croquetas y empanadas argentinas, aunque como no quedaban criollas tuvimos que variar.


Al terminar dimos una vuelta por el paseo marítimo de camino a la zona de bares y paramos en una cafetería con vistas al mar a tomar unos cafeses del pasado emocional de Irene en UK.

Cuando Rafa terminó nos llamó y quedamos en el Potito, el chiringuito de la semana pasada, y repetimos el plan, esta vez hablando de temas más impúdicos según iba aumentando el número de copas y botellines en la mesa.

Nos fuimos a las 10 con la idea de volver a casa, pero pasamos al lado de un bar con billar y pasamos a jugar una partida. Después de pagar 5 pavos por una cerveza se me ocurrió grabar la partida, pero le di dos veces al botón y no me di cuenta hasta ir a pararlo, así que como no hay pruebas que indiquen lo contrario puedo decir que fue una partida espectacular de 4 jugadores diestros y sobrios metiendo todas las bolas que se proponían. A cambio hice una foto a la mesa mientras jugaban dos chicas que no fallaron ni una sola bola.



Al llegar a casa todos teníamos más hambre que el tamagochi de un sordo, así que Rafa se hizo un risotto precongelado, Diego metió una pizza al horno para Irene y él y yo me calenté uno de los dos trozos de lasaña que sobraron el viernes. Cuando me lo iba a comer se me ocurrió decirle a Irene que la probara, y para cuando me quise dar cuenta se había bajado la mitad del plato. Solo paró para respirar y decir que estaba amazing (momento en el que se barajó la teoría de cuando habla en inglés es porque lo piensa de corazón), así que me calenté la otra porción, cenamos rápido y nos fuimos a acostar.

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