De viajes interminables y chefs fracasados

Esta mañana he estado terminando la maleta y haciendo unas lubinas a la plancha para comer sobre la 1 y poco para salir a Ciu sobre la 1 y media.


Desde luego no había un día más feo para viajar. Por la mañana hacía un solecito riquito y en cuanto entramos en carretera esto (que se mantuvo el resto del viaje).


Tras una fugaz despedida con máter embarqué en el tren que me llevaba directo a Cádiz con un hatillo cargado de sueños como único equipaje (y una maleta a reventar).



En la estación el día era igual de feo. El tren se retrasó como 10 minutos y mientras por megafonía diciendo que ya estaba en vía a punto de salir. Tuve que preguntarle to rayado a un chaval de Córdoba para asegurarme de que no estaba esperando en el andén erróneo.



Una vez en el tren estuve unas 2 horas (de las casi 4 del viaje) con el libro que me regaló Ramoni por navidad. El resto estuve hablando con ella y escuchando musikita.



En Cádiz mi home Diego me estaba esperando, y tras un quick selfie salí de la estación y fuimos en coche hasta la calle Caracolas, que es básicamente 10 minutos por la avenida de Andalucía.




El tiempo no estaba mejor en Cádiz, y tras acercanos 15 segundos al paseo marítimo a ver la playa y casi ser arrastrados por el viento decidimos subir a casa.


Al subir al piso por fin conocí al Rafa y poco después llegó Antonio, el excompañero murciano de Diego y Rafa, y estuvimos hablando de sus aventuras mineras. El plan siguiente era ir a casa de Irene, la jienense que vive en casa de su primo valdepeñero que se fue a Cádiz a currar pero que está en Madrid por movidas, y mientras se preparaban grabé un vídeo a Ramoni para enseñarle el piso.




Rafa tenía que terminar de ver un partido de esports por curro, así que el resto salimos a la calle al piso de Irene, y de camino nos encontramos con Sara, la compañera de mina de Antonio, y andamos 5 minutillos hasta llegar al piso, donde también estaba Pilar, la otra jienense con acento críptico.

El chef Antonio y la anfitriona haciendo de pinche empezaron a preparar la tortilla mientras el resto hablábamos en el salón. Un rato después llegó el Rafa y nos fuimos turnando para terminar de preparar la cena. Mientras las patatas se hacían estuvimos hablando de la vida y del comidista y el gipsy chef. Tras batir y añador los huevos, y para nuestra sorpresa, la sartén no era antiadherente y todo se quedó pegado, así que terminamos cenando huevos revueltos y unos canelones veganos que se había hecho el Antonio por la mañana para comer.

A las 10, y sobre la campana del toque de queda, volvimos al piso bajo una tempestad intempestiva y estuvimos hablando de la vida mientras terminaba de deshacer la maleta y montar el PC para currar mañana y el repetidor wifi con un RJ-45 que me traje de casa, y sobre las 12 y poco nos fuios a dormir a nuestras respectivas habitaciones.

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