De lagunas albanas, bosques infinitos y playas privatizadas
El plan de la mañana era visitar el Blue Eye, lo que entendíamos que era la versión albanesa de las lagunas de ruidera.
Nada más entrar nos encontramos con un montón de stands con patinetes motorizados enormes con ruedas casi de moto ofreciéndonos alquilarlos por un precio irrisorio, y, aunque estuvimos muy tentados, decidimos declinar la oferta.
Instantes después de dejar el punto de alquiler nos pasó por la derecha un chaval montado en uno de esos a una velocidad casi supersónica.
A lo lejos apareció un niño de 27kg montado en un patinete normal con una bolsa de basura atada al manillar. El man del patinete motorizado se puso nervioso y empezó a dar volantazos durante 10 ó 15 segundos mientras se dirigía directo al niño. Finalmente, y de manera totalmente predecible, se estampó contra él.
El niño salió despedido, dando varias volteretas en el aire, y la bolsa de basura explotó esparciéndolo todo por el suelo. Tras los 20 segundos que el chaval pasó dando vueltas por el aire y rodando por el suelo el otro man, que con su patinete-tanque apenas se había enterado, se acercó para pedirle perdón en un inglés sin conjugar.
"Sorry I lose control, sorry", decía el man mientras se bajaba de la tanqueta para ver si el chaval estaba bien. Rápidamente llegaron los dueños del patinete del stand, que estaba a literalmente 5 metros del lugar del siniestro, y se lo requisaron al man, que se quedó sin patinete. Como si te compras un coche y nada más estrenarlo lo estampas contra una señal a la salida del concesionario.
Sin procesar del todo lo que acababa de pasar seguimos caminando y llegamos al Blue Eye, que es simplemente una lagunilla.
No llevábamos ni 20 minutos de paseo así que, sin tener muy claro si el camino continuaba o no, nos adentramos en un bosque que había al lado como Hernán Cortés se adentró en las selvas del nuevo mundo con machete en mano.
Tras una hora larga andando sin saber muy bien si íbamos bien o no llegamos a un claro con una fuente donde había una pareja de franceses igual de perdidos que nosotros, pero intercambiamos impresiones y llegamos a la conclusión de que debíamos estar en el camino correcto.
Y efectivamente terminamos llegando a los stands de patinetes tras haber dado la vuelta entera a la laguna.
Volvimos al piso en coche y mientras unos se duchaban los otros iban preparando unos macarrones con algunas de las cosas que nos iban sobrando. Entre ollas, sartenes y platos liamos la de cristo majestad y estuvimos un buen rato fregando.
Descansamos un ratillo y a las 3 fuimos a la playa. Primero intentamos ir a la Secret Beach, pero como estaba llena dimos una vuelta y acabamos en Pulëbardha Beach previo pago de 20€ por sombrilla y pareja de tumbonas (éramos 5 y conseguimos que nos bastase con 2).
Creo que esto no lo he contado en el blog. En Albania casi todas las playas son privadas, y para pasar tienes que pagar un precio variable, estipulado por lo que le apetezca al en teoría dueño. Es un concepto que, viniendo de España, nos costó asimilar al principio.
Para más inri era una playa de piedras afiladas como cuchillos y, aunque hicimos un amago de paseo, tuvimos que abortar rápido.
Teníamos dos opciones, o estar tumbados o nadar, y la mayoría del tiempo optamos por la primera tras pedirle el wifi al man del chiringuito de la playa para echar unos Unites.
Sobre las 8, cuando empezaba a irse el sol, recogimos las cosas para volver al coche, aunque antes de subirnos paramos unos segundos obnubilados para admirar las vistas que había de la costa albana.
Sobre las 8, cuando empezaba a irse el sol, recogimos las cosas para volver al coche, aunque antes de subirnos paramos unos segundos obnubilados para admirar las vistas que había de la costa albana.
Después de ducharnos, y sin ganas de andar otra vez hasta el centro, nos quedamos por la zona que había bajando del hotel. Primero cenamos otro kebab en un sitio al que le habíamos echado el ojo el primer día y luego volvimos a nuestra pastelería de confianza a por el postre.
Y volvimos al piso, aunque antes de irnos a nuestra habitación subimos a la última planta del hotel, que estaba en obras, a otear la costa de Sarandë y la silueta de Corfu.
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