De baterías nuevas, rooftops infinitos y campeones de apnea
El plan del día era ir a la antigua ciudad de Butrinto y nos levantamos pronto para intentar evitar a toda costa tanto la previsible aglomeración turística como el calor extremo que nos acompañaba esos días.
A las 8 estábamos bajando a desayunar con Jon y Sergio.
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Por algún motivo habíamos comprado tal cantidad de galletas que nuestra despensa parecía el centro logístico internacional de Cuétara |
Cuando bajamos a por el coche descubrimos horrorizados que los esfuerzos heroicos del día anterior del padre de la familia que regentaba el alojamiento habían sido en vano, puesto que el coche volvía a no arrancar, presumiblemente porque la batería volvía a estar descargada.
Desesperados, expusimos nuestra situación a otro huésped del alojamiento, de nacionalidad holandesa, que con una confianza ciega en sus capacidades (le faltó un “sujétame el cubata” en holandés) nos confirmó que podía ayudarnos. Sacó del maletero de su coche una batería portátil que por tamaño debía servir para poco más que para cargar un tamagochi, y se dirigió hacia nuestro coche.
Intentó de forma torpe conectarlo a la batería y accionarlo, pero un pilotito rojo en el aparato nos indicaba que no iba a funcionar. Balbuceó que debía estar descargado (aunque nosotros sospechamos, por la torpeza con la que manejó el aparato, que era la primera vez que intentaba usarlo y no sabía ni encenderlo), y con él se esfumaron nuestras esperanzas de solucionar el problema en tiempo para salvar el plan del día.
Cuando llegó el hombre, sacó un cargador de batería de tamaño masivo, que se parecía al aparato del holandés lo mismo que un tigre dientes de sable a un gato común europeo con 3 meses de vida. Arrancó la batería de nuestro coche casi de inmediato, y nos dirigió hacia un taller cercano donde el dueño nos cambió la batería por una nueva.
De vuelta al apartamento decidimos que queríamos sentirnos como putos ricos después de tantos contratiempos, y fuimos al rooftop de hotel que había enfrente del nuestro, con increíbles vistas al mar y una infinity pool (que al subir descubrimos que no era tan infinity) que habíamos visto los días anteriores desde nuestro alojamiento.
Subimos a cosa de las 12 y, nada más llegar y completamente maravillados por las vistas del Adriático con Corfu recortando el horizonte, fuimos corrieron a echar un Unite en un sofá.
Una vez terminamos, nos metimos en la piscina donde cada uno tuvo su tiempo de sentirse influencer recibiendo un auténtico photoshoot.
Corfu al fondo |
Posiblemente la mejor foto del viaje |
Estuvimos en el rooftop hasta casi las 6 de la tarde sin comer nada y sin el más mínimo indicio de hambre hasta que bajamos, y fuimos a una pastelería que se convertiría en lugar de paso obligatorio durante el resto de nuestra estancia en Sarandë, donde comimos un byrek y unos baklavas que entraron como si los hubiera bendecido previamente la Santísima Trinidad.
Y cuando terminamos aprovechamos para volver a sacar dinero en un banco que había al lado de la pastelería.
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Nos volaba el efectivo |
Después volvimos al apartamento a ducharnos para salir a cenar fuera con Sergio y Jon, que ya habían vuelto de Corfu.
Guiados por las valoraciones del Maps, fuimos a un restaurante al lado del mar, mucho menos saturado y con menos glamour que sus vecinos, pero donde la comida estuvo seguramente igual o mejor, y además a un precio razonable para los estándares albaneses locales.
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Inmediatamente después de cenar decidimos volver a dormir al apartamento, ya que estábamos todos muy cansados y, con la seguridad renovada de que el coche arrancaría a la mañana siguiente, queríamos retomar nuestro plan de ir temprano a visitar Butrinto.
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Gracias a Pedro por ayudarme a escribir esta entrada. 2 semanas tan intensas en Albania son demasiadas para cualquier bloggero
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