De pollos diamantinos
De nuevo, un festivo a mitad de semana te alegra la vida. El gallo de campo
llevaba un tiempo un poco tonto y, para sorpresa de nadie menos la suya, llegó
su final.
Lo que nadie predijo es lo dura que iba a estar la carne; era como morder
madera.
Finalmente terminamos dejando la mitad con la esperanza de que los perros del vecino tuviesen caninos más afilados.
A las 9 fui a boxeo y entre que vuelvo y no me da la hora de acostarme.
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