De túneles subacuáticos, estadios videogénicos y barrios rojizos
Nos levantamos a las 9 e hicimos turnos para ducharnos. Los libreros fueron
los primeros y cuando terminaron bajaron a comprar un suculento desayuno
teutón que degustamos en hermanadad.
Tras recoger con diligencia militar, nos permitimos el pequeño capricho de
echarnos una partida al Unite antes de vestirnos.
Sobre las 12 llamamos a un MOIA y cuando estaba llegando bajamos para que nos
acercara a nuestro destino.
Aunque el viaje duró media horilla, los cómodos asientos y las amplias vistas
de la ciudad lo hicieron más ameno.
El plan era dar una vuelta por el tunel y el puerto del río Elba, así que tras
bajarnos cerca de la zona dimos un paseo hasta la entrada subterránea.
Para bajar al tunel, que pasa por debajo del río y lleva a la otra orilla,
tuvimos que bajar por lo que desde fuera parecía un silo y por dentro la
entrada a un complejo militar,
El tunel subterráneo era bastante largo y, aunque esperamos a que no pasara
mucha gente para hacer fotos, estaba lleno de ciclistas aparentemente sin
miedo de atropellar a alguien a juzgar por la velocidad que alcanzaban.
Cuando subimos a la superficie y nos asomamos a la orilla pudimos ver hasta la
filarmónica que visitamos ayer.
Íbamos teniendo hambre, así que a recomendación el tudesco Joselarcos pusimos
rumbo a un restaurante mexicano callejero que ya había probado, y de camino
pasamos por el barrio rojo,
La entrada al barrio no estaba muy escondida.
Aún así, el barrio de día no es nada espectacular.
Seguimos nuestro camino hasta llegar a La casita, donde fue bastante
chocante que nos atendieran en español.
Ninguno éramos especialmente conocedores de la cocina mexicana, así que
hicimos caso a las indicaciones de Jose y a nuestro instinto para pedir, y
desde luego no nos equivocamos; todo estaba increíblemente rico.
Cuando terminamos dimos una vuelta por un mercadillo artesano que había al
lado del restaurante, aunque no compramos nada.
Tras esto fuimos al
Gaufry Waffles, una gofrería dentro de un mercado que habían encontrado Jose y Pedro cuando
éste último había ido a visitarlo un mes antes y donde tenían cofres hechos
con masa de croissant o croffle, como lo llamaba el dueño.
Cada uno pedimos algo diferente y cuando nos sentamos nos dimos a probar unos
a otros.
Tras esto fuimos andando a Saint Pauli, el barrio originario del equipo de
fútbol alemán homónimo (el euivalente al Vallecas español).
Por supuesto seguimos con los vlogs, y mientras los libreros daban una vuelta
por la tienda Jose y yo estuvimos fuera buscando las tomas perfectas (y las
encontramos).
Cuando nos cansamos de hacer el tonto pasamos a la tienda para ver lo que
ofertaban justo cuando los libreros estaban pasando por caja.
Tras esto volvimos a la calle Reeperbahn y nos cruzamos con un sex shop
desproporcionadamente grande, y como somos gente curiosa pasamos a ver.
El nombre del local no engañaba; dentro albergaba toda clase de aparatos
grotescos, la mayor parte de los cuales no quisimos siquiera saber para qué
servían.
Tras esto volvimos dando una vuelta al barrio rojo, ya que en teoría los
neones nocturnos son especialmente bonitos (tras estos dos últimos párrafos
parece que fuimos a Hamburgo de turismo sexual).
Cuando llegamos a nuestro destino aún no había caído el sol, pero un poco
asustados por tanto erotismo decidimos irnos sin esperar a que anocheciera.
Volvimos a la calle Reeperbahn y de ahí fuimos a una plaza con estatuas a
los Beetles.
Los libreros querían ir a una librería a local a comprar algún libro en
alemán, así que tras buscar alguna que estuviera abierta a horas tan
intempestivas dimos con una y comenzamos la marcha.
Desde antes de pasar a la sex shop empezamos a grabar un vlog en la noche
neonesa teutona y, tras lo que fueron horas de dar vueltas como idiotas
buscando el plano perfecto, ya hartos pero sin dejarlo a medias por todo el
tiempo que habíamos invertido, finalmente lo terminamos.
Adjunto una foto de un canal por el que pasamos, porque estoy escribiendo
estas lineas a 21 de agosto (ya lo sé primo, se me ha ido liando), y estoy
fijandome en que hace medio año mi móvil hacía fotos muchísimo más nítidas
(entiendo que se ha rayado la cámara).

Finalmente llegamos al centro, al
Europa Passage, donde se encontraba la librería de guardia.
Con un libro en alemán bajo el brazo de cada uno de los libreros volvimos en
MOIA al piso. Mientras ellos se cambiaban, Jose y yo fuimos a un super cercano
a comprar unas pizzas para cenar y el desayuno y los ingredientes para la
comida de mañana.
Subimos al piso, pusimos a calentar el horno y jugamos una merecida partida al
Pokemon Unite, que por supueto tuve a bien grabar.
Tras una partida en la que conquistamos las bases rivales como Julio César
conquistó los territorios inexplorados de Germania, la relación hermanal que había desarrollado con Jose compartiendo y apoyándonos en línea se convirtió poco a poco en algo más.
Cuando sonó la alarma del horno volvimos a la realidad y fuimos a cenar.
Tras cenar y recoger, en lo que empezaba a convertirse en una adicción, nos echamos otra partida al Unite.
Las notas que fui tomando a lo largo del viaje terminan aquí, así que a partir de ahora solo podemos elucubrar para intentar adivinar lo que pasó a continuación. Aún así, no arriesgo mucho al escribir que tras semejante día no tardamos mucho en acostarnos y caer dormidos en cuestión de segundos.
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