De lectores voladores, museos fastuosos y cervezas tudescas
A las 8 sonó la primera alarma y 5 minutos después la última. Nos levantamos
con diligencia, desayunamos ligero, terminamos de guardar los pijamas en
la maleta y sobre las 8 y media estábamos saliendo a la estación de metro para
ir a la T4.
El control de seguridad fue rápido y después de hacer tiempo en un Starbucks
al lado de la puerta de embarque subimos al avión a las 11 y cuarto y 15
minutos después despegamos.
Álvaro pasó el mal trago del despegue rápido y luego estuvimos las 3 horas del
vuelo leyendo tranquilitos.
Cuando llegamos a Hamburgo salimos del petite aerupuerto por la puerta
principal sin que nadie nos parara para pedirnos nada y, a sugerencia del
viejo Jose, nos montamos en un taxi para llegar a su
casa.
El taxista teutón, con quien apenas cruzamos dos palabras, nos dejó en la
esquina de su calle y este fue el primer bar que vi.
El capitán del avión le había ido pisando y habíamos llegado media hora antes
de lo previsto así que Jose tardó un pelín en llegar por tener que escaparse
de un congreso en el que realmente se estaba aburriendo. Después de esperarle
5 minutillos que aprovechamos para dar una vueltecilla al barrio le vimos
llegra a lo lejos y nos saludamos todos con fuertes abrazos.
Subimos a su pso a verlo y dejar rápidamente las mochilas y volvimos a bajar
porque aunque nosotros ya habíamos comido eran las dos y media y él aún
no.
Fuimos al Durf, una hamburguesería prácticamente debajo de su casa, y mientras él se bajaba una hamburguesa nosotros probamos las fried sweet potatoes.
Cuando salimos estaba empezando a chispear, así que volvimos a subir en un momen al piso y por los paraguas y volvimos a bajar para dar una vuelta por un camino al lado del lago hasta el centro flipando con las casas multimillonarias con las que nos cruzábamos.
De camino, además de esculturas demacradas, nos cruzamos con mucha gente corriendo y estuvimos jugando a profesional o matao.
Poco después Jose nos contó que Hamburgo es la ciudad con la mayor renta per cápita de Alemania y lo de las mansiones nos empezó a cuadrar un poco más.
Eventualmente llegamos al Hamburger Kunsthalle, el museo de la ciudad, donde Jaime se enteró de casualidad que estaba el Caminante sobre el Mar de Brumas y fuimos a verlo.
Pasamos por 5€ por barba y antes incluso de entrar al museo supimos que los íbamos a amortizar pronto.
Esta era la sala principal desde la que iban saliendo varios pasillos a las diferentes secciones del museo.
La obra principal era un cuadro enorme del emperador Carlos V entrando a Amberes que nos quedamos mirando un buen rato.
A partir de aquí empezamos a vagar, así que iré poniendo las fotos que fui haciendo sin mucha explicación.
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Este cuadro era la "ciudad ideal" del pintor (tenía un nombre en latín pero no lo apunté y ahora no lo encuentro) |
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Estoy viendo que en fotos pierden bastante pero este en persona era espectacular |
Cuando nos recorrimos todo el museo salimos y aunque no era muy tarde ya había caído la noche.
Como hacía bastante frío y tampoco nos apetecía deshacer la hora y media que habíamos andado hasta el museo el Jose llamó a un MOIA, una mezcla entre Cabify y un autobús. Es una furgoneta con 6 plazas que va recogiendo a gente para llevarla a sus respectivos destinos dando la menor vuelta posible (el algoritmo que calcula las rutas y se las asigna a cada coche debe ser interesante).
Cuando llegamos no teníamos cena así que fuimos a un super al lado de casa del Jose a comprar aguacates para hacer guacamole, alcachofas y tomates secos para hacer una salsa/crema que Jose se había inventado (y que estaba buenísima), nachos y queso.
Cuando lleguemos hice de pinche de Jose mientras Álvaro y Jaime jugaban al Pokémon Unite en su habitación y cuando volvieron a sentarse prácticamente a mesa puesta empezamos a sembrar en Jose, que ya había jugado al LoL, la semilla del Unite.
Cenamos como reyes y probamos una de las cervezas alemanas preferidas del Jose, la Ratsherrn, que después de traducirlo vimos que significaba concejal.
Empezamos a cenar a las 9 y nos quedamos bajándonos cervezas y hablando de la vida hasta pasadas las 12, pero el día había sido largo y estábamos reventados así que hicimos el sofá cama de los libreros y Jose y yo compartimos lecho, aunque ninguno de los 4 duramos mucho más despiertos.
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